Cumbre Colombiana en la Patagonia

Seis semanas fueron suficientes, pero no bastantes

 
 
Texto y fotos atn. Jonnathan Pardo Orozco
             
   

En una constante espera por la “ventana” de buen clima caminábamos por las calles de El Chaltén, un pequeño poblado fundado en la base de majestuosas montañas, que se alimenta con el agua de los glaciares y se sostiene con el persistente viento patagónico. Así pasa y pasa el tiempo en la tierra encantada. Hasta que por fin! El pronóstico climático anuncia una corta ventana, un día no más, quizás menos. Y nosotros con los macutos en la espalda emprendemos la travesía del glaciar para llegar a Campo Niponino. Desde allí las montañas se levantan en vertiginosas paredes de más de mil metros, el paisaje es abrumadoramente hostil y agreste, lo cual excita más nuestra pasión por escalar.

   
     
   

Al otro día, muy de madrugada, salimos de la carpa y nos internamos en la oscura noche, poco a poco las tapias de granito se pintan de tonos cálidos, el sol nos saluda con luz dorada y alimenta nuestros congelados cuerpos. A las 7 a.m., después de subir la fuerte pendiente del nevé inicial nos encordamos y arrancamos a escalar con la roca tan fría como el mismo hielo; quintos y sextos los superamos con algún esfuerzo pero sin titubear, fisuras perfectas conectan largos de escalada en diedro, chimenea y placa agrietada. El ambiente se vuelve cada vez más imponente y el vértigo acompaña cada movimiento. A las 2 p.m. estábamos a tan sólo treinta metros de la cumbre, bastaba el o.w. de salida, pero éste se encontraba totalmente tacado de hielo y hacía imposible la protección, ¡y es un 7a!, así que no pudimos llegar a la tan anhelada cumbre de la aguja de la Media Luna, pero bueno, así es la montaña y la suerte.

Entonces vino luego la revancha. Unos pocos días después se anunciaba una posible brecha de un día, subimos nuevamente hasta Campo Niponino y desde allí atacamos la Aguja de la S. Elegimos la vía polaca que transcurre por la arista norte ya que se trata de un itinerario clásico de hielo, mixtos y finalmente roca, lo más acertado dadas las condiciones invernales que perduraban en la zona.

 
 
       
 
 
             
     
   

El día de la supuesta ventana salimos con mucha motivación a por la cumbre, en medio de la noche buscábamos el camino correcto por la morrena hasta encontrar el marcado canalón que nos enlazaría al corredor de hielo, donde inician las dificultades de la vía. Pasan las horas, superamos en fácil trepada algunos balcones, tramos de lisas llambrías y algunas pendientes de nieve que poco a poco nos acercan al helado corredor y éste a la arista norte de la montaña, desde donde ya veíamos la cumbre. Pocas dificultades encontramos en la vía: las fuertes nevadas de los días anteriores, las bajas temperaturas de las madrugadas y el constante viento helado hicieron de este corredor, un itinerario en muy buenas condiciones; sólo algunos resaltes de hielo delgado ralentizaron el ascenso.

Después del corredor, un par de largos de hermoso terreno mixto  y algunos pasos superados al más puro estilo dry tooling nos depositaron en la afilada arista norte. El viento hacía muy peligroso el avance, fue necesario acaballar la roca y moverse a cuatro patas hasta que arribamos al inicio de las mayores dificultades, 200 metros de roca vertical que tuvimos que escalar con viento de más de 80 kilómetros por hora y una sensación térmica de por lo menos 10 grados bajo cero. A las 2 de la tarde nos dimos el gran abrazo de la cumbre, estrechamos nuestras manos y hasta algunas lágrimas brotaron de nuestros ojos.

   
             
  Por fin la montaña nos premiaba con una cumbre patagónica! El paisaje es intimidante, cientos y hasta miles de metros de vacío nos rodea, las lagunas adornan los bosques y las otras agujas muestran caras nunca antes vistas. Algunas fotos, un poco de agua, una que otra galleta y casi sin demora emprendemos la bajada ya que notamos que la fuerte tormenta que había amainado su voraz inclemencia nuevamente se acercaba y sin recelo agobiaba las montañas del cordón del frente. Una sucesión de rapeles nos depositaron en la cabecera del corredor y en delicada destrepada salimos hasta la morrena. Finalmente a las 9 de la noche y en medio de la fuerte tormenta que ya nos había atenazado arribamos a nuestra carpa nómada, bastante maltrecha por la fuerza del viento, pero adorable refugio.    
             
   

Los demás escaladores felicitaban nuestro ascenso dadas las duras condiciones y por ser la única cumbre de todos los allí presentes, la felicidad era total, aunque por causa del cansancio no supimos mucho de lo que sucedía. Esa alegría fue  manchada por el rescate que tuvimos que hacer al día siguiente. Un Italiano, de muy reconocida trayectoria alpinista había muerto en los pies de Torre y un equipo de rescate se organizó para bajar el cuerpo hasta El Chaltén. Allí participamos los colombianos que nuevamente se encuentran de frente con los inesperados incidentes de la montaña.

Así terminó nuestra temporada patagónica, con una bella cumbre en la memoria y con la motivación por volver a esta tierra mágica que ha capturado nuestro interés y corazones.